Samuel
Hernández Apodaca
@iusfilosofo
"Yo
sentí una vez un temblor que nadie más sintió"
Enrique
Peña Nieto
Enrique Peña
Nieto, vive sus últimas horas con fuero, y a diferencia de otros sexenios no
fue un Ejecutivo poderoso en personalidad, ni decisorio en la contienda interna
de su partido. En escala de grises superó sin duda a Ernesto Zedillo y lo único
que pudiera unir a este par de personajes es que ambos impusieron a un
candidato priista que a la postre perdería la presidencia de la República.
A diferencia
de otros sexenios Peña no fue perdiendo poder año tras año quizá porque nunca
lo tuvo. Enrique no tuvo un último año desangelado, tal vez porque nunca tuvo ángel;
rodeado de tecnócratas que le impusieron agenda, el hasta ahora habitante de
Los Pinos, marginó a quienes pudieron apoyar su labor a cargo del Ejecutivo,
marginó a los políticos del PRI y se quedó con quienes le prometieron
estabilidad económica pero le generaron inestabilidad política.
Así, aunque
la cereza del pastel fue la visita de Donald Trump, hay temas que simplemente
no tienen ni olvido ni perdón cómo lo es Tlatlaya, Ayotzinapa, entre otros igual
de graves como la fuga de “El Chapo Guzmán” y la expansión del Cartel de
Jalisco Nueva Generación.
Peña
Nieto está desgastado políticamente, físicamente disminuido, con una familia a
punto de desmoronarse, sin un lugar importante en la historia, con la peor
popularidad en la vida contemporánea del país, pues de acuerdo con los
resultados de Consulta Mitofsky el mexiquense alcanza apenas el 24% de
aprobación en el ocaso del sexenio, resultados que contrastan con el 66% en el
caso de Carlos Salinas en 1994; 59% de Ernesto Zedillo en 2000; el 56% de Vicente
Fox en 2006; y el 53% de Felipe Calderón, en 2012.
Enrique
se convirtió en el hijo pródigo de Atlacomulco, llegará a fin de sexenio más
gris que cuando dejó la gubernatura, entregará un país más inseguro, con mayor
delincuencia, con altos índices de violencia, con escandalosos números de desapariciones,
con apabullante desempleo, y con una pobreza lacerante. Un sexenio donde los
derechos humanos no fueron prioridad; en el que los jóvenes que fueron icono de
su rechazo simplemente no tuvieron eco, y por el contrario fueron criminalizados.
Con
Peña se materializaron las promesas de Carlos Salinas, llevar a cabo las
llamadas reformas estructurales que abrieron un amplio abanico para acabar con
la soberanía nacional; Enrique fue un instrumentalista que logró acabar con el PRD,
a través del Pacto por México. También fue un indiferente con la prensa, no
solo por ser factor decisivo en el caso de Carmen Aristegui, sino porque durante
su sexenio la muerte de periodistas y reporteros no mereció una respuesta
contundente para esclarecerlos.
Peña
pago también los favores, en su sexenio surgieron 150 estaciones de radio. Fue
un joven dinosaurio maniatado, no fue el súper presidente, tampoco el jefe de
su partido y ni siquiera el líder del Congreso como en los tiempos hegemónicos del
su partido, no tuvo la capacidad de pararse por el Congreso de la Unión para entregar
su informe.
No podemos
olvidar el escandaloso tema de la Casa blanca, una mansión valuada en 7
millones de dólares. Con Peña nos fuimos al lugar 135 de 180 países evaluados
en el Índice de percepción de la corrupción, realizado por Transparencia
Internacional. El gasolinazo será la herencia maldita de Peña Nieto, como lo será
la violencia y la relación de sometimiento a Donald Trump.
En
el fin de sexenio las mujeres fueron una víctima más, sobre todo en el estado
de México -gobernado por su primo- en donde siguen sufriendo violencia de género;
son las mujeres en cuyo sexenio no tuvieron mejores oportunidades de desarrollo
personal. A pesar de que en campaña el grito femenil de batalla fue “Peña
bombón te quiero en mi colchón”. Hoy si acaso merece un goodbye “bombón”.
Por
hoy es todo, nos leemos la próxima. Carpe
diem.