“Estar
gordo no puede estarlo siquiera el señor rico
porque denota en su obesidad alguna ignominia,
un
gansterismo ominoso o un abuso despiadado de la explotación”.
Vicente Verdú
Ayer, para no cambiar la costumbre,
se rompieron los sueños de otro mexicano, pero no los de cualquier mexicano,
uno que representa a otros que piensan igual que él, que actual como él, que
trabajan para el mismo empleador y que eventualmente comen igual que él.
El mexicano al que me refiero es Agustín
Guillermo Carstens Carstens; economista pesado del sexenio calderonista; formado por neoliberales en el Banco de México,
perfilado en el Fondo Monetario Internacional, acabado en la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público y retornado a donde fue formado, al Banco de México.
El mexicano de mexicano que acaba de
cumplir 53 años el 9 de junio, es chico ITAM y egresado de la Universidad de Chicago
de donde se doctoró. Carstens Carstens acostumbrado a comer bien, cuando los
recursos públicos alimentan su apetito pues como Secretario de hacienda contaba
con tres mil pesos diarios para comidas. Fracaso en su su intento por dirigir
al FMI, pero no tendrá que preocuparse por la pírrica derrota de no dirigir al
FMI, pues los mexicanos en recompensa a su inmenso dolor seguiremos abonando a
sus finanzas personales pagándole al año 3 millones 594 mil pesos lo que
representa un ingreso de 9 mil 846 pesos diarios; estos casi 10 mil pesos
diarios constituyen el salario mínimo diario de 170 personas.
Carstens Carstens aferrado a lo que
sabía era una lucha perdida, compitió sin posibilidad, pues a pesar de su
campaña mediática orquestada a su favor, omitió que los medios extranjeros no
son susceptibles a sus credenciales, pues hay quien se atrevió a decir cosas
que en las redacciones de muchos medios se comentaba.
Cita el periodista Jaime Hernández el
caso de Douglas A. McIntyre quien sobre
Carstens opinó: “Esto no tiene que ver
con su capacidad intelectual o su larga trayectoria como diseñador de políticas
económicas… El problema de Carstens es que, a sus 54 años, es obeso mórbido.
Mucha gente podría decir que su obesidad no tendría que influir o descartarle
como posible director del FMI y el tema se ha convertido en un tabú. Pero la
obesidad tiene un efecto reconocido en la salud y en la energía y se sabe que
aumenta el riesgo de muchas enfermedades de gravedad en un hombre de mediana
edad”.
Y es que queramos
o no, la imagen de este personaje es una grosería ambulante, es una falta de
respeto a los mexicanos, una mentada de madre a los que habitan las sierras de
Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Guerrero; y a los que deambulan por las calles del
DF, Monterrey y Guadalajara. Su presencia en el exterior es si acaso un
insulto, para los cinco millones 775 mil mexicanos que reciben solamente un
salario mínimo al día.
Salario que según
Ernesto Cordero, debe alcanzar para la canasta básica que en México, debe
contener los bienes y servicios indispensables entre otros los productos siguientes:
maíz, fríjol, arroz, azúcar, harina, aceite, detergente, sardina, leche en
polvo, papel higiénico, café soluble, sal, jabón de lavandería y de tocador,
pasta para sopa, harina, galletas (marías o de animalitos), manteca, chocolate
en polvo, chiles enlatados y atún.
Carstens Carstens vive hoy sueños
rotos, y porque no celebrarlo si este personaje rompió los sueños de millones
de mexicanos, sueños rotos de un mejor empleo, de un mejor salario, de una casa
propia, de un medio de transporte, de acceso a la educación.
Sueños rotos los de Carstens Carstens,
como recompensa a su insaciable apetito de protagonismo; a querer recetar lo
que en México no funciono; a la obstinación de su presencia en el FMI a costa
de lo que sea. A sus sueños de grandeza que hoy terminaron en sueños rotos.
Sueños rotos los de Carstens Carstens,
porque se merece vivir la realidad que otros mexicanos ya vivieron. Sueños
rotos los de Carstens Carstens, por su miseria, indecencia e ineptitud.
Por hoy es todo, nos leemos la próxima.
Carpe diem.