Samuel HERNÁNDEZ APODACA
Mantendremos la
obligada división entre el poder económico y el poder político. Siempre
defenderemos y trabajaremos por el interés supremo del pueblo de México y de la
nación, y actuaremos apegados a las leyes y al derecho.
Claudia Sheinbaum,
madrugada del 3 de junio de 2024,
Hotel Hilton del Centro Histórico de la CdMx.
El odio es un "sentimiento profundo e intenso
de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de rechazarlo o eliminarlo".
En el ámbito político, el odio se manifiesta a través de discursos que
deshumanizan al oponente, destacando sus fallas y errores de manera
desproporcionada para generar animadversión.
El miedo, por otro lado, es una "emoción
desagradable provocada por la percepción de peligro, real o imaginario".
Las campañas de miedo en política se diseñan para asustar a los votantes sobre
las consecuencias de una victoria del oponente, exagerando o incluso fabricando
amenazas.
Para las nuevas generaciones, quizá es más común
convivir con ambos, pues las redes sociales han hecho que ambos –el sentimiento
y la emoción– se vuelvan lamentablemente cotidianos, aunque efímeros.
Históricamente, las campañas basadas en el miedo y
el odio han sido una herramienta común. En enero de 1994, en el sureste de
nuestro país, se levantaba en armas el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, un grupo encapuchado mayoritariamente integrado por indígenas
chiapanecos que le declaraba la guerra al Estado Mexicano y que se proponía
derrocarlo. En marzo de ese mismo año, el priista Luis Donaldo Colosio Murrieta
–coordinador de campaña de Carlos Salinas en 1988 y operador de fraudes
electorales en años anteriores– fue asesinado. Entonces, desde el poder se
impulsó una campaña de miedo que impulsaba por cualquier vía impedir que la oposición
volviera a cimbrar al sistema hegemónico como lo había hecho seis años antes
con el triunfo no reconocido de Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del Frente
Democrático Nacional.
La campaña de miedo se había fortalecido con el
asesinato del Secretario General del PRI, José Francisco Ruiz Massieu –cuñado
de quien en ese momento usurpaba la presidencia– en septiembre de ese mismo
año. Un año antes, en mayo de 1993, había sido asesinado Juan Jesús Posadas
Ocampo, cardenal de Guadalajara, en el aeropuerto internacional de esa ciudad;
en ese momento, la versión oficial fue una confusión entre cárteles del
narcotráfico.
Doce años después, en la campaña presidencial de
2006, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), candidato de la coalición Por el Bien
de Todos, se enfrentó a Felipe Calderón del Partido Acción Nacional (PAN). Ese
partido lanzó una serie de anuncios televisivos que retrataban a López Obrador
como un peligro para México. Uno de los anuncios más emblemáticos afirmaba con
una voz en off: "López Obrador es un peligro para México", campaña
creada por Antonio Sola. En el spot se mostraban imágenes de crisis económicas y
políticas en otros países, sugiriendo que algo similar ocurriría en México bajo
la presidencia de AMLO. Aunque fue una campaña fuerte, la decisión final
terminó en controversia, pues Calderón Hinojosa ganó con apenas el 0.56%. La
respuesta ciudadana fue “Voto por voto, casilla por casilla”; no obstante, el
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación determinó el triunfo del
michoacano.
Seis años después, en 2012, López Obrador
nuevamente se presentaba como candidato presidencial, esta vez bajo la
coalición Movimiento Progresista. Su contrincante más cercano era Enrique Peña
Nieto, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y heredero de
la dinastía de Atlacomulco, donde “un político pobre es un pobre político”. En
esta ocasión, la campaña contra Andrés Manuel mantuvo la narrativa de que “era
un riesgo para la estabilidad del país”. Se utilizaron mensajes explícitos para
sugerir que una presidencia de López Obrador llevaría a la inseguridad
económica y social. Fue así que, aprovechando temores existentes en la
población, los grupos económicos conservadores no dudaron en sumarse a la
guerra sucia.
Paralelamente a ello, se recurrió a la manipulación
de encuestas de opinión para crear la percepción de que Andrés Manuel no tenía
posibilidades reales de ganar. La estrategia buscaba desmotivar a sus
seguidores y votantes potenciales para impedir que llegara a la presidencia.
Como parte de esa estrategia, también se utilizó la compra de votos a través de
las tarjetas de débito prepagadas de Monex, que eran entregadas a operadores
políticos y coordinadores de campaña, quienes a su vez las distribuían entre
votantes.
En la campaña de 2018, se llevó a cabo la
"Operación Berlín", una estrategia de guerra sucia organizada por un
grupo de empresarios y operadores políticos que buscaban desprestigiar a López
Obrador y así evitar su llegada a la presidencia. El objetivo principal era
influir negativamente en la percepción pública contra el candidato de la
alianza Juntos Haremos Historia, presentándolo como un candidato peligroso y
populista, y así reducir sus posibilidades de ganar la elección. Para ello, se
creó y difundió información falsa o distorsionada sobre López Obrador, su
pasado político y sus propuestas de gobierno.
Así, a través de redes sociales y medios de
comunicación, la campaña negra buscó desprestigiar al tabasqueño montando toda
una estrategia de fake news. Al igual que en campañas anteriores, los medios de
comunicación amplificaron los mensajes negativos y buscaron sembrar dudas sobre
la viabilidad de un gobierno encabezado por Andrés Manuel, etiquetándolo como
populista.
En su libro “Juntos Hicimos Historia”, Tatiana
Clouthier narra: “El 20 de abril, el PRI
lanzó la campaña ‘Tú no quieres vivir con miedo’. Los spots eran buenísimos y
el mensaje muy fuerte. En uno de los promocionales, una esposa despierta a su
marido porque no puede conciliar el sueño; le dice lo que pasará con la
educación de su hija si gana López Obrador, y le confiesa: ‘Tengo miedo’. El
esposo, que trata de consolarla, le asegura: ‘Tranquila. Va a ganar Meade’… A
ese spot le cambiamos la conversación: se trata de una esposa nerviosa que le
dice a su marido que tiene miedo porque su hijo no ha llegado y no sabe a qué
hora lo hará por la inseguridad. ‘Le tengo miedo al PRI’, dice la mujer, por lo
que el esposo afirma: ‘Tranquila. Ya se van’.
‘Se dieron una gran enojada en el PRI
porque una vez más invertimos el sentido de su propaganda’” (Clouthier:2019).
No obstante, a pesar de las campañas de
desprestigio, López Obrador ganó las elecciones presidenciales de 2018 con una
amplia mayoría, 53.20% que representa 30, millones 11 mil ,327 votos,
reflejando el apoyo popular y su capacidad para superar los ataques en su
contra, frente al 22.27% de votos de Ricardo Anaya Cortés, actualmente prófugo
en Estados Unidos. El propio López Obrador afirmaría en su discurso de triunfo
que “esto no hubiera sido posible sin las benditas redes sociales”. Así, en la
elección de 2018, el miedo había sido derrotado.
Seis años después, en las elecciones de 2024,
Xóchitl Gálvez adoptó una estrategia que se centró en generar miedo en los
mexicanos y odio hacia Claudia Sheinbaum. Los mensajes de su campaña subrayaban
las supuestas amenazas que representaba Sheinbaum para la estabilidad y el
progreso del país, apelando a temores sobre su gestión y su ideología política.
Esta táctica incluía propaganda que buscaba resaltar fallos de la
administración anterior de Sheinbaum como Jefa de Gobierno de la Ciudad de
México, así como insinuaciones sobre la influencia negativa de figuras
asociadas a ella.
La campaña de la ingeniera en computación –perfecto
modelo de la educación neoliberal– se centró en los pilares del miedo y el
odio. Veamos: se diseñó toda una estrategia para generar miedo entre los
electores: “Si Sheinbaum gana, nos volveremos comunistas”, “los flojos no
trabajarán y el gobierno los mantendrá con nuestros impuestos” –como si los
pobres no pagaran impuestos–, “Claudia cerrará las iglesias”, el famoso
artículo 139 de la Constitución –inexistente por cierto– que indicaba que “se
expropiarían casas y que el gobierno se las daría a quien quisiera de forma
discrecional”; pero quizá la campaña más fuerte y violenta fue la de “Narco
candidata”, esa que una y otra vez Bertha Gálvez negó que su equipo fuera responsable,
pero que en el debate terminó recuperando y encarando a la Dra. Claudia: “Pues
yo te voy a decir Narcocandidata, ¿verdad?”.
El otro pilar de la campaña de la derecha mexicana
fue el odio: “Morenacos” llamaban a los simpatizantes de Claudia Sheinbaum,
“Váyanse a Cuba, a Venezuela”; “No queremos ser comunistas”, “Fuera Morena”,
“Sheinbaum hace lo que el presidente le diga”, “Claudia es una judía”.
Sin embargo, esta estrategia no resonó como se
esperaba. Varios factores contribuyeron a su fracaso: la credibilidad y
confianza en Sheinbaum, pues contaba con una trayectoria sólida y un respaldo
significativo de diversos sectores de la sociedad que confiaban en su capacidad
para gobernar. Sus logros en la Ciudad de México, especialmente en áreas como
la movilidad urbana y las políticas medioambientales, crearon una base de apoyo
robusta que no se vio erosionada por la campaña negativa. Esa que sugería Jorge
G. Castañeda: “go negative”.
Las movilizaciones convocadas por la marea rosa se
convirtieron en marea de odio. Pancartas, volantes, mantas, discursos, gritos,
todos denostando, insultando, humillando a los electores que no veían en
Xóchitl una opción presidencial.
No obstante, la politización de los ciudadanos –en
la cual el presidente López Obrador contribuyó gracias a su estrategia
comunicativa de las conferencias matutinas conocidas como la mañanera– ha
mostrado un creciente repudio hacia las campañas basadas en el miedo y el odio.
Presentan un análisis más completo, se esfuerzan en confrontar la información y
se informan en medios alternativos. Así, la campaña de Gálvez no logró conectar
de manera efectiva con un electorado que buscaba propuestas concretas y una
visión positiva para el futuro.
A diferencia de las campañas anteriores, las
tácticas de miedo y odio pueden movilizar a los simpatizantes del candidato
atacado, generando un efecto de solidaridad y respaldo. En la campaña de
Sheinbaum, hubo una respuesta contundente de sus seguidores, que vieron en los
ataques una señal de desesperación y falta de propuestas genuinas por parte de
Gálvez.
El fracaso de la estrategia de odio y miedo no pudo
imponerse a Claudia Sheinbaum, que basó su estrategia en la esperanza, las
propuestas constructivas y la integridad. Continuidad en el proyecto de
transformación del país. Sheinbaum presentaba soluciones claras, auténticas y
coherentes, producto de consultas y foros. Su propuesta era detallada, pero
también contundente en su mensaje, como cuando describió a sus adversarios como
“Priandilla inmobiliaria”, idea que en pocos segundos sus seguidores volvieron tendencia
en redes sociales.
La campaña de odio y miedo fracasó, no tuvo impacto
en ciudadanos informados, en esa clase media que vio en Claudia Sheinbaum la
mejor opción para continuar con el proyecto de transformación; en los jóvenes
que se identificaron con el discurso y trayectoria de la premio Nobel, en las
mujeres que asumieron el discurso de la candidata: “es tiempo de mujeres”.
Fracasaron el odio y el miedo, porque la victoria de Claudia Sheinbaum no
solo representa un cambio político, sino también una reafirmación de que la
esperanza, la integridad y las propuestas constructivas prevalecen sobre la
desinformación y la mentira.
Fracasaron el odio y el miedo, porque Claudia Sheinbaum basó su campaña en propuestas
detalladas y viables que abarcaban temas cruciales como la economía, la
educación, la salud, el medio ambiente y el bienestar social. Su enfoque se
centró en continuar y mejorar los programas exitosos de la actual administración.
Fracaso el odio y el miedo, porque la campaña
de Claudia Sheinbaum se caracterizó por un mensaje de esperanza y unidad. Optó
por una narrativa positiva que enfatizaba los logros alcanzados y los objetivos
futuros.
Fracasaron el odio y el miedo, pues Claudia Sheinbaum
logró conectar con una amplia gama de sectores de la sociedad mexicana, desde
jóvenes hasta mujeres, pasando por las clases trabajadoras y profesionales. Su
mensaje inclusivo y sus políticas progresistas resonaron con aquellos que
buscaban un cambio genuino y una continuidad en la transformación iniciada por
la administración actual.
Fracasaron el odio y el miedo, porque las
respuestas de Sheinbaum ante los ataques y la desinformación fue firme pero
digna. En lugar de caer en la provocación, se mantuvo enfocada en su agenda y
en los temas que realmente importan a los ciudadanos. Este enfoque le permitió
mantener la integridad de su campaña y ganar el respeto de muchos votantes que
vieron en ella una líder capaz de enfrentar la adversidad con inteligencia y
serenidad.
Por
hoy es todo. Nos leemos la próxima. Carpe
diem.