Samuel Hernández Apodaca
@iusfilosofo
El fin de semana
pasado tuve oportunidad de asistir a un par de comunidades alejadas de la
mancha urbana, allí donde el café de la marca transnacional es sustituido por
el café de olla, donde el gas natural es cambiado por la leña, y donde la gente
se conoce y te saluda aún sin saber tu nombre. Donde los habitantes -tuvieron
que comprar desde antes de la televisión digital- antenas para recibir señal de
televisión abierta, y donde la señal de telefonía celular aparece
intermitentemente, a pesar del compromiso de una empresa de poner antenas para
la mejor recepción.
En la comida, llegó
el momento de hablar de política. Queda claro que la gente conoce solo a algunos
de los candidatos; por ejemplo, los que buscan la presidencia municipal, pero
no conocen a los candidatos a diputados locales y mucho menos a los federales,
“ya no hablemos de los senadores, esos nunca se han parado por aquí” expresó un
habitante. Nadie ha visto ningún debate, para esas cosas no se tiene tiempo,
“hay que trabajar”. Y aunque los habitantes no han visto los debates, si han
escuchado hablar de ciertos candidatos,
de Andrés Manuel se expresaron bien, lo conocen de años y le dieron
calificativos de “honesto”, “valiente” y “hombre de palabra”. De Ricardo, lo
empiezan a conocer, no les gusta su sonrisa, les parece “falso”. ¿Y de Meade?
Nadie lo ubica “¿Quién diablos es Meade?” “¿de qué partido es?”, preguntaron.
Uno de los presentes me expuso que como el PRI ya está en el gobierno, los
olvido hace años y ellos se olvidaron del PRI.
Fue como regresar
en el tiempo, ver que la gente aún conservaba en sus ventanas las calcomanías
con el rostro de Roberto Madrazo- Candidato presidencial priista de hace 12
años-. Después, ya nadie de ese partido los visito, quizá porque alzaron la voz
cuando se quiso atentar contra la dignidad de esa comunidad, porque en alguna
ocasión alcanzaron al gobernador para exigirle que cumpliera sus promesas de
campaña.
¿Quién diablos es Meade? fue la
pregunta, ¿Y cómo responderla? Diciendo que Meade es el candidato “no priista”
-como él se definió- pero que practica mejor que nadie la cultura del príista
prototipo; contestando que es el candidato que desde su designación ha ocupado
el tercer lugar en las preferencias electorales; afirmando que es el personaje
gris, que no motiva ni a su propio equipo de campaña; sosteniendo que es el
responsable de la política económica que consolidó las desigualdades durante
este sexenio; ¿Recordando que, por más que lo niegue, es el autor intelectual
del gasolinazo?
¿Quién diablos es Meade? ese
personaje que no sale de su nicho de confort y prefiere encuentros cerrados y
controlados. ¿Quién diablos es Meade? ese que ha basado su campaña en ataques a
Andrés Manuel López Obrador pretendiendo restarle puntos. ¿A que Meade
recordarles? ¿Al burócrata de carrera, o al candidato priísta más obeso de la
historia política contemporánea? Meade, el que inventó su 7 de 7, o el Meade
cuyos antecedentes familiares son de abusos y atropellos a los más
desprotegidos.
Meade, el hombre cuya candidatura
nació muerta o el que dice “me los llevo de calle a todos”; Meade el de los
desvíos en SEDESOL o el que simplemente tiene que soportar una candidatura que
no pensó le costaría tanto; Meade el que pidió a los priistas más atrasados lo
hicieran suyo, o el Meade a quien Los Pinos ya le dio la espalda. Meade quien
dice ser el futuro o el que representa el modelo neoliberal de siempre ¿Quién
diablos es Meade? Preguntaron los habitantes y quizá en algunos meses la
pregunta será ¿Quién diablos fue Meade?
Por hoy es todo, nos leemos la
próxima. Carpe diem.