En el actual panorama global, en el que
predomina el liberalismo y la economía de libre mercado, en el que se promueve,
impulsa y defiende un modelo económico que fomenta las desigualdades y genera
rebeliones en todo el orbe, los extravíos ideológicos se hacen presentes y la
desesperanza se transforma en rebeldía.
Vivimos en un mundo en el que la
globalización fulmina toda garantía y promueve el divisionismo e
insensibilidad. Un mundo donde el neoliberalismo ve en las entidades nacionales
y su cultura un obstáculo que se opone al progreso, donde la economía es
prioridad sobre el bienestar social, y en donde los derroteros económicos
mundiales transgreden los logros sociales constitucionales.
En nuestro contexto nacional el México de un
solo régimen, hizo que unos pocos tengan mucho y unos muchos tengan poco o
nada. Las políticas de las últimas décadas han creado desigualdades
irreversibles y varias generaciones han visto frustradas sus expectativas de
desarrollo. Fuimos testigos que la alternancia política entre un partido y otro
no significo una transformación radical en favor del bienestar de los mexicanos
que menos tienen.
Lamentablemente los dos sexenios de la
alternancia mantuvieron o poco lograron hacer contra la falta de acceso a la
educación, a los servicios de salud, a mejores condiciones de vivienda, a los
índices de pobreza alimentaria; y por el contrario el tema de la seguridad pública
paso a ser una de la prioridades de los mexicanos, pues la violencia y la
cantidad de muertos del último sexenio nos situaron como el país más peligroso
del mundo para ejercer el periodismo.
Por otra parte, y contrario a lo que se
pensaban, la globalización ha traído desigualdades, miseria, segregación y
movimientos nacionalistas que pugnan por identidades culturales propias y cuya
bandera de lucha es el respeto a sus derechos
y dignidad humanas.
Las pocas ventajas tecnológicas que la
globalización ha impulsado se han quedado en manos de unos pocos y el acceso a
internet como derecho humano se regatea.
En este contexto el respeto de los Derechos
Humanos y el establecimiento de procedimientos jurisdiccionales u otros
mecanismos para garantizar tales derechos a todos los ciudadanos, y para
controlar la actuación pública a la luz de dichos derechos y sobre la base del rule of law, constituyen la fuente de
legitimidad. Pero a veces esta relación de legitimidad se rompe cuando
atendiendo a derroteros internacionales se vulneran derechos nacionales
producto de luchas históricas propios de las necesidades del país.
Bajo un escenario así se hace necesaria la
inclusión de una figura que proteja a la sociedad de las transformaciones
legislativas que buscan generar un Estado más ligero, que deje en manos de
particulares el cobro de lo que antes era un derecho.
Por eso, es necesario desobedecer, pero
hacerlo con fundamento en principios constitucionales plasmados en nuestra
carta magna que nos dan la libertad y el fundamento para hacerlo.
Por hoy es todo, nos leemos la próxima. Carpe diem.
1 comentario:
Maestro:
Un texto reflexivo y oportuno para la situación imperante.
Me uno al club de desobedientes.
Un placer leerle.
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