Samuel Hernández Apodaca
@iusfilosofo
La
noche del domingo o quizá madrugada del lunes sabremos quién ocupará la
Presidencia de la República los próximos seis años. Que si es la elección más
grande de la historia contemporánea del país, sí, lo es; Que si es la más cara;
sí, también lo es. Cierto es también que la elección a la que asistimos es en la
que más estrategias de guerra sucia se han implementado, particularmente contra
el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia.
Esta
es una elección nada sencilla, hay millones de mexicanos que asisten a las
urnas por primera ocasión, y esos son los mexicanos jóvenes que han sido
víctimas de la delincuencia, la inseguridad, el desempleo, la falta de acceso a
servicios públicos básicos, a la educación y con un futuro inmediato nada
alargador.
Parece
sencillo decirlo, pero los más afectados con la política neoliberal que hoy vivimos
son los que nacimos bajo este régimen que se ha empeñado en usar como bandera
de su gobierno a las reformas estructurales. Esas reformas que han utilizado las
privatizaciones para consolidar la desigualdad que vivimos hoy. Esas reformas
que han hecho de nuestro país un México donde pocos deciden sobre millones y en
el que millones no pueden decidir sobre su propio destino.
Muchos
de los mexicanos que irán a las urnas este domingo no conocen del todo al PRI,
crecieron con un primitivo hombre de botas que gobernaba bajo los influjos del
prozac y con la tutela de la mojigata de Marta Sahagún; esos electores padecieron
los gobiernos del PAN, quien en su política económica es lo mismo que el PRI.
Ellos fueron los que vieron a Calderón Hinojosa declararle la guerra al narco,
los que han visto como se asesina, secuestra y desaparece a estudiantes; y son
también los que han visto en Peña Nieto y su partido, a los fulminadores de sus
sueños.
En
esta elección PRI y PAN representan lo mismo, votar por cualquiera de los dos
significa contribuir a mantener el statu
quo otros seis años y consolidar el establishment; significa también permitir que siga la
depredación nacional a través de las reformas estructurales; esas que
posiblemente no alcancen a entender pero que todos los días las padecen.
De
cara a la elección, Andrés Manuel y el equipo de mujeres y hombres que lo
rodean, es el único que representa una alternativa real para transformar al
país, es quien ha plasmado un proyecto de nación y quien ha presentado a su futuro gabinete. No
es el caso de los otros candidatos que se han ocupado más en atacar al puntero
que en decirle a los electores quienes podrían formar parte de su gabinete en
caso de ganar la elección.
Andrés
Manuel es quien mejor conoce al país, lo ha recorrido incansablemente, sabe de
su problemática, entiende las necesidades de sus regiones. Ha logrado conjuntar
a los sectores más diversos del país, incluirlos en el programa de nación o P18
que busca “construir un país justo que procure el desarrollo de todas las
personas.” Propuesta a la cual me sumo porque considero una necesidad
impostergable.
Andrés
Manuel, es el rival a vencer y a pesar de que el candidato del tercer lugar
diga que va en segundo, en el fondo sabe que está perdido y que junto con su
equipo han hecho una inútil campaña; mismo caso ocurre con Ricardo Anaya, el
político a quien sus excompañeros acusan de traicionero.
Andrés
Manuel representa la esperanza de millones de mexicanos para cambiar el rumbo
del país. Un rumbo necesario que construya mejores posibilidades de desarrollo
para todos; su experiencia de gobierno le da ventaja sobre sus competidores.
López
Obrador simboliza la posibilidad del cambio verdadero que no ofrecen los demás,
un cambio que implica que ese 50 % de la población que vive en condiciones de
pobreza mejore sus condiciones de vida. López Obrador abre la posibilidad de
construir legalidad y combatir la corrupción, recuperar la paz, construir un
gobierno austero, pues como afirma “no puede haber un gobierno rico con un
pueblo pobre”.
Desde
luego, votar por Andrés Manuel no implica dejarlo solo, pues es necesario que
la propuesta y el programa se materialicen a través de las acciones del Poder Legislativo,
de ahí que sea necesario acompañarlo con legisladores que representen en el
Congreso de la Unión ese proyecto. Un voto por López Obrador tampoco es la
panacea, el cambio verdadero debe venir con una sociedad organizada, exigente,
que alce la voz cuando sea necesario y que empuje cuando se requiera. La
transformación del país no termina con el voto el primero de julio, ese día
apenas inicia. Hagamos historia.
Por
hoy es todo, nos leemos la próxima. Carpe
diem.
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