“Respecto del
desarrollo del curso histórico,
los
intelectuales a veces están adelantados,
a veces están
atrasados, raramente están a tiempo”.
Bobbio
Conmemoramos ayer 31 de
marzo el centenario del natalicio de Octavio Paz Lozano, quien murió el 19 de
abril de 1998 en la Casa de Alvarado, Ciudad de México. Paz había sido
trasladado ahí por la presidencia de la República en enero de 1997, ya en
condiciones de enfermedad. Quizá como un obsequio por los servicios de apoyo
moral que Paz había otorgado al sexenio Salinas y parte del Zedillista.
Sobre Octavio se puede
decir mucho, destacar su poesía, sus momentos, su tragedia, sus obras sobre la
realidad política mexicana en textos como El laberinto de la soledad (1950),
Posdata (1970), El ogro filantrópico (1979) o Pequeña crónica de grandes días
(1990).
No obstante, si bien es cierto que a Paz Lozano se le recuerda
y ensalza por su renuncia tras la masacre del 2 de octubre de 1968 en
Tlatelolco y dejar clara su posición con el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
Pocos recuerdan la última parte de la vida de Paz. Al menos la última década.
Después de las históricas y
polémicas elecciones de 1988, en agosto de ese mismo año Paz sostenía: “(…) los
líderes de la oposición buscan la derrota total, la aniquilación política de
sus antagonistas. No son partidarios de una transición –o sea: una evolución
gradual y pacífica, como pedimos algunos desde 1969- sino de un cambio brusco,
instantáneo. Lo más curioso es que ninguno de los dos puede afirmar seriamente
que la mayoría de los mexicanos apoya su pretensión.” En una clara defensa al
gobierno que iniciaba y al régimen al cual años antes le había renunciado como
embajador.
Las respuestas no tardaron
en aparecer, la más contundente fue la de Luz Javier Garrido: “El régimen
mexicano es el único en el mundo en el que un partido presuntamente derrotado
en las elecciones (el PRI) le exige al probable vencedor (el FDN) que negocie
con él y se someta a su programa. Es también el de México el caso insólito en
el que los intelectuales juegan un papel relevante en el proceso electoral como correas de transmisión del poder,
llamando a la transacción a los vencidos, argumentando la imposibilidad de la
alternancia e incluso anunciando una posible represión de insistir éstos en la
defensa de la legalidad” (“Neblumo”, La Jornada 19 de agosto de 1988)
En los siguientes dos
párrafos sólo citaré a Paz para dar contexto sobre su posición sobre el régimen
del momento, en su artículo para La Jornada, (Ante un presente incierto.
Historias de ayer. Entre luz: ¿alba o crepúsculo?) Paz escribía en 1998 sobre
el PRI: “para sobrevivir, el PRI debe cambiar radical y sustancialmente. Ante
todo, tiene que independizarse del gobierno; sólo así podrá convertirse en lo
que tendría que ser: un partido socialdemócrata
de centro-izquierda”.
Paz no se detuvo ahí, un
sexenio después afirmaba: “El PRI no se ostenta como el dueño de una ideología
global, un saber universal y enciclopédico que comprende todas las ciencias y
las artes, como en los países comunistas. Tampoco ha intentado convertir a la
sociedad en su imagen; al contrario, bajo su régimen la sociedad ha crecido, se
ha diversificado y se muestra más y más independiente, mientras que en los
países donde el Partido-Estado ha sido la realidad omnipresente se aniquilaron
clases y pueblos enteros”, (Las elecciones de 1994: doble mandato, publicado en
Vuelta en octubre de 1994.)
Así se consolidaba la
critica que se le hacía al poeta, el de haberse convertido en la comparsa
intelectual de un régimen, hegemónico, que fulminaba a quien disentía y que
estaba dispuesto a dejar el poder como había llegado “por las armas” tal cual
sostenía Fidel Velázquez; Paz no era el de 1968, había perdido su deber
intelectual de crítica al poder.
1 comentario:
Doctor, muy buen texto el que nos presenta esta semana en #Iusfilosofando. A propósito del centenario del nacimiento de Octavio Paz.
Muy oportuno para la desmemoria.
Un gusto leerlo.
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