Ernesto Zedillo inició su periodo presidencial en circunstancias
sumamente difíciles: la crisis financiera de finales de 1994 y principios de
1995, así como las consecuencias, internas e internacionales, que tuvieron el
levantamiento zapatista el 1 de enero de 1994, y los asesinatos de Luis Donaldo
Colosio, candidato del PRI a la presidencia, y de José Francisco Ruiz Massieu,
secretario general de ese partido.
Quizá por ello la política exterior no fue inicialmente una
prioridad; no obstante, muy pronto el conflicto en Chiapas subió hasta
dimensiones internacionales; el zapatismo y su discurso indigenista despertó
simpatías internas y externas y eso género que por primera vez en la historia,
México fuera objeto de campañas internacionales sistemáticas y sostenidas en
materia de derechos humanos.
Bajo esta Coyuntura, organizaciones de la sociedad civil
mexicanas y extranjeras conformaron redes transnacionales que recurrieron al
litigio internacional, especialmente ante la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH), donde el número de casos de peticionarios mexicanos
comenzó a crecer.
Y es que en los primeros años de este periodo, el gobierno de
Zedillo mantuvo su posición tradicional, parecía que las crecientes críticas
por parte de los diversos actores internacionales sobre la falta de garantías y
el abuso a los derechos fundamentales en México no le importaban.
Sorprendió que en 1996 la posición original diera un gran
cambio: el gobierno de México invitó por primera vez a la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a visitar el país para observar la
situación de los derechos humanos in situ. Esta
visita sugirió una forma distinta de entender la soberanía y el alcance
del régimen internacional por parte del gobierno mexicano.
Sumado a lo anterior se promovió el reconocimiento de la
competencia contenciosa de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 1998,
respondiendo así a la crítica internacional, que se había fortalecido por el
tema de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y la matanza en la comunidad de
Acteal, Chiapas, en diciembre de 1997.
Como una forma de fortalecer su postura de “apertura” en materia
de derechos humanos y enfrentar la crisis interna, el gobierno mexicano firma
el Acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación con la
Unión Europea, que incluyó la famosa cláusula democrática, y del
Estatuto de Roma, que dio origen a la Corte Penal Internacional (CPI) -aunque
el estatuto no se ratificó sino hasta 2005- sin duda fue un gran paso la firma
de dicho acuerdo de reconocimiento.
Así, mientras el sexenio se enfrentaba a crisis económica,
política y social, el Estado mexicano se enfrascaba en controversias públicas
con los defensores de derechos humanos extranjeros y controlaba su actividad en
el país –recuerdan el caso de los Monos Blancos- argumentando la defensa
de la soberanía nacional y, en algunas ocasiones, razones de seguridad
nacional.
Finalmente, tal y como se había hecho en 1994, -pero en
circunstancias muy distintas claro- el gobierno mexicano permitió la presencia
de observadores electorales internacionales en las elecciones presidenciales de
2000, el resultado de aquellos comicios fue histórico: por primera vez desde
inicios del siglo anterior el habitante de Los Pinos no
pertenecía al partido emanado de la Revolución, pero ese es otro tema que ya
veremos en otro momento.
Por hoy es todo, nos leemos la próxima. Carpe diem.
2 comentarios:
Muy buen texto el de este día. Asequible y con las bases teóricas para llevarlo a debate académico para proponer mejoras a las políticas públicas que hasta este día imperan.
Un placer leerle.
Doctor lo felicito por sus artículos, la verdad me han ayudado mucho, gracias por hacerlo.
Saludos
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